jueves, 24 de diciembre de 2009

LA TIERNA NIÑA LAURA!

LA TIERNA NIÑA LAURA




Estoy completamente enamorado de mi esposa, la amo y por ella estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario, con tal de no verla sufrir jamás; y yo sé y estoy completamente seguro que ella me ama como a nadie y que ha depositado su plena confianza en mí, al punto que por lo vivido he empezado a sentir miedo.

Ella tiene una hija, a la que conocí cuando tan solo era una linda creatura de ocho años; todos estos años, he aprendido a quererla y a sentirla como mi propia hija, la quiero mucho y he tratado de protegerla al máximo.

Ayer, fue el cumpleaños de la tierna y cariñosa niña Laura; junto con su madre le celebramos en compañía de sus preadolescentes amigos sus trece años de edad; aunque ella no parece una niña de trece años; su cuerpo ya bien formado y tierno, dan la impresión de que se tratará de una niña de quince años. Ella es muy dulce conmigo; siempre que llegó de trabajar, me quita las medias, me recoge el saco y me atiende muy bien; me hace jugo y me pone el acostumbrado sillón para que relaje mis piernas. Por lo general, siempre se sienta en mis piernas, luego de darme un beso en la mejilla y de consentir mi cabeza; “le gusta jugar con mi corto cabello y hacerme nudos, cosa que hace desde que la conocí”.

Su madre y yo, en compañía de Laurita, siempre jugábamos juntos, pero por aquello del crecimiento, su madre ha optado por distanciarla un poco de mí. Considero que no puedo verla con otros ojos diferentes a los de un padre; pues por motivos de mi esterilidad, jamás conoceré lo que es contar con una linda y hermosa chiquilla.

Hoy, por razones laborales, tuve que llegar temprano a casa, me encontraba un tanto cansado, pues estamos en cierre de mes y por tal motivo mi trabajo parece triplicarse. Para mi gran sorpresa, cuando llegué, vi la puerta de la habitación de la niña Laura abierta; causó ello curiosidad en mí, pues era hora en que Laura debería estar estudiando en el colegio femenino al que su madre la había matriculado. Cuando miré dentro de la habitación, me conmocioné mucho el verla durmiendo en su ropa interior, fue algo que se produjo en mis entrañas algo que no pude evitar, quise hacerlo, pero no pude.

Inmediatamente entré en la habitación, cerré con mucha precisión la puerta y me acosté a su lado. Luego empecé a tocar con mis labios sus definidas piernas, luego llegue a su cintura, finalmente bese sus labios. Ella despertó y me miró a los ojos. Con la ternura con que siempre me recibía en casa, procedió a quitarme la camisa y a besar mi pecho y mis tetillas de una manera muy suave y tierna. Yo estaba conmocionado, no quería pensar, ni imaginar nada; estaba gozando la plenitud que jamás había lucidado mi mente. Era algo casi que celestial, lo que me encontraba viviendo. Cuando me sentí excitado sobremanera con la niña Laura, con las enormes palmas de mis manos, empecé a acariciar y a tocar con mucha sujeción todo su cuerpo; hasta que no aguanté más y mis manos casi que de manera involuntaria, soltaron el broche de sus rosados principiantes. Cuando tuve frente a mí, aquellos rosados y tiernos pezones, creí haber alcanzado la gloria; el solo verlo produjo en mi una erección pausada y en extremo delicada. Luego de ello; como cegado por aquel deseo prohibido, o por aquella satisfacción reprimida, la detuve encima de mi pecho y por el lado de su diminuto panti rosadito, empecé a mirar aquella diminuta fresa, claramente estrecha y enternecida. Con mucha ansiedad y plena satisfacción la besé, primero le di unos cuantos piquitos, hasta que se me antojo, y no detuve mi lengua de buscar su lugar de excitación; ella estaba toda emocionada, gemía, cual gemido hacía que mi organismo se revolviera y produjera cientos de felicidades en milésimas de segundo. Estaba auspiciado de aquella gloria que baboseé y exploré con la inquietud de mi boca. No aguanté más, y con mis dientes, bajé aquellos delicados rosados pantis, elaborados con el algodón más tierno que jamás mi gruesa y brusca piel hubieran podido sentir. Una vez hube sentido su tierno, suave y desnudo cuerpo encima del mío; no pude evitarlo, pero con fuerza la estreché en mí y froté todo su pequeño y manejable cuerpo con el mío. La emoción y sensibilidad en mi aumentaron, no pude contener ese momento e inevitablemente tuve mi segunda erección. Se trató de algo mágico, algo que costó quejidos y lamentos de mi ser. Parecía que a ese punto mi carne estaba sumamente agradecida conmigo, pero la sentí insatisfecha, y ella misma procedió nuevamente a besar los pequeños y rosados labios vaginales de la preciosa Laurita. En ese momento, ella se convirtió como en especie de una fiera hambrienta y comenzó a besar mi boca, golpeaba su tierna lengua con la mía, luego deslizó su abundante cabellera por sobre mi pecho y mi peludo estomago, hasta que llegó a mis testículos, los lamía como si se tratara de un dulce agradable a su paladar; a ambos los introducía en su pequeña boca, luego deslizaba su fina lengua sobre el largo de mi erecto pene, luego lo introdujo en su boca y yo casi que me vengo, pero me contuve pensando en otras cosas. Luego se desplazó hacía mis anchas y peludas piernas, las beso y las acariciaba con el paso de sus cabellos, hasta que llegó a los dedos de mis pies, de donde me miraba salvajemente y plenamente los besaba y metía los dedos de mis pies a su boca. Ello me encantó, casi que no podía creer lo que estaba viviendo, y como si fuera poco, para añadirle adrenalina a mi carne, a la hermosa Laura se le ocurrió apoderarse de mi pie izquierdo y frotarlo en medio de sus dos delgadas piernas; cuando sobaba su tierno y jugoso clítoris sobre el peine de mi pie, me hizo estremecer, e inmediatamente tomé el control de la situación. La puse debajo de mi costado. Le di el último beso y la última chupada a aquella tierna vaginita, hasta que no hubo un momento mejor e introduje mi grueso y moreno pene sobre su rojita y diminuta vaginita; lo hice con tal suavidad, que sentía como cada milímetro de mi pene que entraba en su carne se hacía fuerte y parecía como si se ahorcara por la multitud de cobijas que abría a su paso. Ello no duró mucho, pues sus lamentos de satisfacción, me hicieron venir cuando hube percibido el olor a sangre de aquella ex virginal mujer.

Cuando me di cuenta de la notoria eyaculación que tuve debajo de mis pantalones; me sentí el ser más miserable y sucio del universo entero. Quise morirme por aquella pasión vergonzosa que mi carne pronunció. Me alerté muchísimo y antes de que la niña Laura despertara, me fui a mi habitación, escribí una nota a mi amada esposa, empaqué y me marché con el propósito de nunca más volver.

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